recuerdos de paris

El sábado disfruté como un enano con un reportaje del suplemento de viajes El viajero, del periódico El País. El reportaje era sobre unas notas escritas en japonés y encontradas en plena plaza de Notre Dame de Paris. Resulta que por la caligrafía, los lugares que visitó y demás, al anónimo viajero, que no turista y enseguida os diré por qué, lo asocian con un hombre de unos 50 años, políglota, con pasión por el arte y la buena mesa y fuera de los cánones de un turista convencional. Las notas no se refieren a las gárgolas de la catedral o a la pirámide del Louvre, no, las notas se refieren a esos descubrimientos que hizo en su estancia parisina, descubrimientos que los vive, además, con auténtico placer. Si tenéis posibilidad de leerlo no lo dudéis y hacerlo porque seguro que disfrutáis tanto como yo. Aquí os dejo el enlace con el reportaje de Oskar Alegría.

Y leyendo el artículo me he acordado de las veces que he estado en la capital francesa y de los propios descubrimientos que he hecho. Todo viajero tiene sus propios descubrimientos en los lugares que visita y desde luego si es Paris es casi seguro que algo que no está en las guías de viaje nos llevaremos a casa como gran recuerdo y además es posible que estos recuerdos no tengan el mismo efecto en la gente de alrededor. Ahí van mis descubrimientos, mis pequeños y grandes recuerdos y mis placeres parisinos.

La primera vez que estuve en Paris estuve escasas seis horas, seis horas que me supieron a gloria y que convirtieron a Paris en mi pequeño refugio espiritual en que se ha convertido en diferentes ocasiones. La cuestión es que estábamos de paso, el autobús nos dejó en la plaza de la Ópera y nos recogía en la Bastilla. Llovía a cántaros. Íbamos con nuestros impermeables, paraguas. Era sábado por la tarde, así que os podéis imaginar el bullicio que, a pesar del diluvio que caía, había en las calles del centro de Paris. Mi recuerdo es el mini tour que nos hizo un amigo que conoce muy bien, desde pequeño, la ciudad. En dos horas y a un ritmo acelerado nos iba diciendo: Allí (señalaba con el brazo a lo lejos) se reunían los revolucionarios de 1848 para organizar las barricadas, en esta casa vivió Verlaine que es un poeta muy bueno que seguramente no hayáis leído en vuestra vida pero que deberíais hacerlo, aquí había un antiguo cementerio sobre el que viven ahora cientos de personas, esto es Notre Dame, pero como está la fachada en obras no la veis ni la fachada ni al jorobado que es un tio muy feo que vive por ahí y ahí está el Louvre que ya veréis en otro momento. ¡Ah si! ¿Veis allá al fondo como una luz? Pues aquello es la Torre Eiffel. Y ahora vamos a comernos unos croissants en un sitio que conozco y que salen muy ricos. Y aquél croissant me supo a auténtica gloria en aquella pastelería enana en uno de los laterales del Louvre, mientras seguía lloviendo y veía enfrente las galerías del Louvre.

En otra ocasión estuvimos en Paris con una excusa de los más peregrina. Se realizaba una exposición de arte contemporáneo en la calle y un amigo de un amigo presentaba una obra suya. El caso es que llegamos a Paris a eso de las cinco de la tarde y para las seis y media estábamos en la zona donde se desarrollaba la exposición. Las obras estaban en la calle y en las tiendas de lujo de las firmas más fashion que os podáis imaginar (todas las que vemos en revistas y no solemos comprar) porque resulta que estas firmas eran las que sufragaban los gastos de la exposición. El amigo de mi amigo nos dio unas invitaciones, unos pases, para poder entrar en las tiendas a ver las obras de arte y… a beber champagne francés, del caro y canapés de lo más variado. El caso es que allí estábamos, en esos santuarios elitistas y de poder, bebiendo copas de champagne mientras veíamos el arte expuesto (es un decir, porque el arte a veces consistía en dos tipos vestidos de escoceses y actuando de porteros con los colores característicos de la marca de la tienda a la que entrábamos). El caso es que estando tan acelerados como estábamos, cansados por el viaje y bebiendo auténtico champagne francés del caro por la cara nos cogimos una buena, así que una amiga mía decidió de repente probarse unos zapatos que costaban cerca de 3000 euros y claro, en esa tienda nos invitaron a irnos… afortunadamente estábamos cansados así que nos fuimos a dormir la mona a nuestra casa.

En aquél mismo viaje nos cogieron entradas para la Ópera en el Palais Garnier (sabéis que en Paris hay dos edificios de la Ópera, la misma institución, con dos sedes) y estuvimos en la representación de una ópera de Gluck titulada Iphigénie en Tauride. ¡Qué placer! Dos amigas estaban en un palco y un amigo y yo en otro. Cada palco es para seis personas en tres filas. Nosotros estábamos en la última pero me sentí como cualquiera de los protagonistas que hemos visto en películas en esos palcos lujosos (por ejemplo una Glenn Close en Las Amistades Peligrosas, antes del abucheo, claro). Porque así es un palco de Garnier. Lujoso, forrado de terciopelo granate con ribetes dorados y con un pequeño recibidor particular en donde hay un chaise longe. De aquella representación me quedo con el Air de Iphigénie, tan dulce, tan melancólico y tan hermoso, con el maravilloso techo pintado por Chagall y con las extraordinarias escaleras de la entrada (si habéis visto Marie Antoinette hay una escena que la Coppola utilizó con estas escaleras y que se ve a la reina en ellas para entrar en el baile de máscaras). Con eso y con verle a mi amigo echarse la mejor siesta que se ha echado en su vida en el chaise longe del cuarto de entrada (lo que me supuso tener que levantarme en una ocasión para darle un pequeño golpe y así evitar que el comienzo de ronquido que alegremente empezaba se parase en seco). Por cierto que es la bomba tomarse un sandwich en el descanso en la terraza de la Ópera al lado de una señora arrugadísima con vestido largo negro y collar fastusoso acompañada así mismo de un joven de smoking alquilado (no sé si sólo era el smoking alquilado…). Os dejo con Maria Callas y el O malheureuse de Iphigénie en Tauride de Gluck:

Una de las primeras veces que visité Paris me llevaron a ver el Instituto del Mundo Árabe, un fabuloso edificio de finales de los 80 cuya principal característica es una de sus fachadas formada por paneles de cristal que se abren y se cierran según la luz del sol gracias a un sistema de células fotoeléctricas, como si fueran un objetivo de cámara. El lugar en si es una auténtica maravilla, con toda la información y bibliografía que necesites para estudiar el mundo árabe, pero lo mejor está en el piso superior. La enorme terraza que da al Sena y desde la cual se ve la Isla de la Cité desde la parte posterior a Notre Dame es digna de visitar y justo en ese mismo piso existen un restaurante de lujo y (esto es lo mejor) un buffet de comida árabe bastante más barato que el anterior y desde el cual se puede ver , a través de las ventanas fotoeléctricas y si el sol te deja, la Torre Eiffel a lo lejos mientras comes un pastelito de cordero. Una gozada y poca gente.

En otra ocasión no tuve mayor exquisitez que leer un capítulo de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, en una sala del Louvre con diferentes esculturas de Antinoo. Sé que es una tontería pero el espíritu a veces necesita de estas tonterías. Acto seguido el efecto conseguido por una cortina y una ventana empañada de vapor superpuesta a la imagen de la pirámide del Louvre me dejó un buen rato maravillado ante esa preciosa ensoñación que estaba ahí mismo sin que nadie se diese cuenta. Es verdad que si vas predispuesto y tienes paciencia con las multitudes que pasean, paseamos, por el museo, éste es uno de los lugares para descubrir un Paris oculto.

Otra de las maravillas que se pueden hacer en Paris (y en cualquier ciudad) es visitar los museos (y cualquier parte de la ciudad) con una buena cámara provista de un teleobjetivo. A veces puede ser un engorro llevar semejante objetivo mientras paseas por la ciudad por eso yo aconsejo (a no ser que tu verdadera pasión sea la fotografía) llevar el teleobjetivo uno de los días y si ese día es el que visitas un museo mejor que mejor. ¿Por qué? Porque tenemos las pinturas y esculturas originales ahí mismo, a nuestro alcance y lo mejor de todo, con sus auténticas dimensiones. Es como un juego. Te plantas delante del cuadro en cuestión y descubres un mundo que en las reproducciones de los libros y en internet es imposible encontrar. Las caras de las damas de compañía de Josefina en su coronación, el Gavroche de Victor Hugo pistola en mano al frente de la revolución, las filigranas de un león mesopotámico, una carreta con bueyes en una esquina de un van Gogh, las sandalias romanas al visitar la tumba del gran Alejandro, los encajes del vestido de una señora en un café parisino de finales del XIX, una niña aplaudiendo el teatro de giñol, los caballeros extasiados ante la presencia de Louis XIV, una bailarina de Degás arrascándose la espalda, la corona de flores de un efebo escuchando a Aristóteles, una niña tomando pecho, dos romanos abrazados en medio de la batalla, el rico abanico de una señora, … mil y una imágenes, texturas y colores que seguramente sólo vas a poder contemplar en ese momento.

En otra estancia parisina, era verano, y uno de mis mejores recuerdos es la cena que tomamos en el canal de Saint Martin, junto con decenas de personas. Compramos una tabla de quesos, unos patés, champagne, y pastel de manzana y con un foulard que usamos como mantel nos sentamos a orillas del canal, ese mismo canal donde Amélie lanza piedras. Si eres abierto la gente también lo es y el caso es que esa noche acabamos un buen grupo de personas de diferentes lugares, Argelia, Escocia, Argentina, Francia, de aquí, riéndonos y dándonos las direcciones de nuestros correos electrónicos… es una maravilla recibir de repente un día un mail desde Argentina felicitándote el Año Nuevo de alguien con el que sólo has compartido unas horas de amistad, de compañerismo y de alegría en una ciudad que te acoge como ninguna, si tu le dejas que te acoja, claro está. Os dejo con los pequeños placeres de Amélie:

Porque ya lo dijo aquel llamado Buen rey, Enrique III de Navarra y IV de Francia: Paris bien vale una misa. Y sobre todo vale pasear, perderte, tomarte una taza de chocolate en los alrededores de Notre Dame, un crêppe en cualquier puesto de los Campos Eliseos, cenar una fondue en el barrio latino y el día que estás demasiado cansado comprar una tabla de quesos franceses y una baguette para tomarlas al llegar al hotel o a casa, pasear tranquilamente por cualquiera de sus cementerios encontrándote con la última morada de ilustres personajes, ver una película de Truffaut en francés mientras te vas durmiendo plácidamente en tu cama descansando del día, perderte en cualquiera de las librerías de los alrededores del Pompidou o en Shakespeare & Company, comer en un buffet chino de Le Marais por 9 euros o simplemente observar la gente, las casas e impregnarte de ese aire parisino mientras paseas por las orillas del Sena. Oh la lá Paris!!!!

Y vosotros, ¿qué recuerdos especiales, rincones descubiertos, tenéis de vuestros viajes a Paris?

memorias de un clásico

Está entre mis libros de cabecera. Lo he leído varias veces. Cada vez que lo leo disfruto más y más. Todas las veces son diferentes y en todas encuentro algo nuevo, en la historia, en el personaje, en el amado, en los escenarios, en la filosofía del libro y en la del mismo emperador. Memorias de Adriano es un libro que leí por primera vez con 17 o 18 años, no lo recuerdo bien, y en aquel momento me impactó y mucho. Posteriormente lo he releído varias veces y es de esos libros a los que les coges el gusto. ¡Y ha sido tan diferente cada vez! Unas veces te quedas más con la parte filosófica, en otras ocasiones con la historia de amor, en otras con las vivencias de un hombre de estado, en otras es la enfermedad, la soledad.

No es un libro fácil de leer, es verdad, pero a nada que le coges el ritmo lo devoras. La historia de amor de Adriano y Antinoo es una de las más bellas historias de amor de toda la literatura (y desde luego de la historia) aunque curiosamente no ocupa más que una tercera parte de la obra, una historia que marca todo el libro. Este es otro de esos libros que me han dado el gusto por lo clásico.

Si alguna vez estáis en Paris, en el Louvre, no dejéis de visitar las salas de esculturas greco-romanas ( como para estar todo un día extasiándote) y descubriréis la cantidad de bustos y esculturas de cuerpo entero dedicadas a Antinoo que hay. No son más que una mínima parte de la producción que mandó realizar en vida Adriano (después de la muerte de Adriano se realizaron también bastantes obras) , convirtiendo a Antinoo en un dios.

Por cierto, Marguerite Yourcenar, la escritora belga, autora de la obra, escribió la novela basándose en la existencia de una autobiografía de Adriano ya perdida. La publicó en 1951 y desde entonces ha cosechado innumerables alabanzas. La traducción al castellano la hizo Julio Cortázar, la cual es otra maravilla en si. Es una obra que más tarde o más temprano (¡qué miedo!) acabará convertida en película de cine (irremediablemente). Espero que sea digna de la obra literaria (y no vaya a parar a las adaptaciones cinematográficas para tirar a la basura). Uno de los proyectos más serios para hacer la adaptación es la del director John Boorman. Se hablaba de Antonio Banderas para encarnar a Adriano (no coment).

Animula vagula, blandula,

Hospes comesque corporis,

Quae nunc abibis in loca

Pallidula, rigida, nudula,

Nec, ut solis, dabis iocos…

P. AELIUS HADRIANUS, Imp.